miércoles, 26 de noviembre de 2008

¿Has leído los dos primeros capítulos del libro de Marvin Harris?

Lee con atención y comenta este texto:
“Lo que afirmo es que el amor a las vacas es un elemento activo en un orden material y cultural complejo y bien articulado. El amor a las vacas activa la capacidad latente de los seres humanos para mantenerse en un ecosistema con bajo consumo de energía, en el que hay poco
margen para el despilfarro o la indolencia. El amor a las vacas contribuye a la
resistencia adaptativa de la población humana conservando temporalmente a los
animales secos o estériles, pero todavía útiles, desalentando el desarrollo de una
industria cárnica costosa desde un punto de vista energético; protegiendo un ganado
vacuno que engorda a costa del sector público o de los terratenientes; y conservando
la capacidad de recuperación de la población vacuna durante sequías y períodos de
escasez”.


Test de lectura de “Vacas, cerdos, guerras y brujas” de Marvin Harris (0,125)

1) ¿El amor a las vacas es perfectamente compatible con una determinación despiadada de sacar hasta la última gota de leche de las vacas?
Si
No
2) El culto a las vacas es la causa número uno de la pobreza y el hambre en la India
Cierto
Falso
3) ¿Hay escasez de bueyes, es decir, animales de tiro en la India?
Si
No
4) Los tabúes que prohíben sacrificar y comer la carne de vaca tienen necesariamente un efecto adverso en la supervivencia y bienestar del hombre
Cierto
Falso
5) En 1967 el New York Times relataba: “Los hindúes que afrontan la inanición en la región de Bihar, asolada por la sequía, están sacrificando las vacas y se comen la carne aún cuando los animales son sagrados según la religión hindú”
Cierto
Falso
6) La verdad cruda sobre la vaca sagrada consiste en que es un infatigable devorador de alimentos que provienen de pastos y cultivos reservados a su uso.
Cierto
Falso
7) El amor a las vacas activa la capacidad latente de los seres humanos para mantenerse en un ecosistema con bajo consumo de energía, en el que hay poco margen para el despilfarro o la indolencia.
Cierto
Falso
8) Un sistema agrícola e industrial con alto consumo de energía es necesariamente más racional y eficiente que el vigente en la India de Marvin Harris.
Cierto
Falso
9) Los dioses prohíben comer carne de cerdo porque es literalmente un animal sucio, más sucio que otros, puesto que se revuelca en su propia orina y come excrementos.
Cierto
Falso
10) Dios había querido prohibir la carne de cerdo como medida de salud pública.
Cierto
Falso


11) El cerdo se adapta perfectamente desde el punto de vista termodinámico tanto a las dehesas de Extremadura como al clima caluroso y seco del Néguev y otras tierras de la Biblia y el Corán
Cierto
Falso
12) En condiciones preindustriales todo animal que se cría principalmente por su carne es un artículo de lujo
Cierto
Falso
13) Todas las prácticas alimenticias sancionadas por la religión tienen explicaciones ecológicas
Cierto
Falso
14) La prohibición divina de la carne de cerdo constituyó una estrategia ecológica acertada.
Cierto
Falso
15) Aunque es más costosa la carne de cabra, oveja y ganado vacuno es más sabrosa que la carne de cerdo y por eso en Oriente Medio se centran en esa cría.
Cierto
Falso
16) Los dioses están interesados en combatir las tentaciones sexuales y alimenticias porque cuanto mayor es la tentación mayor es la necesidad de una prohibición divina.
Cierto
Falso
17) Los Maring deciden que hay cerdos suficientes para un festival cuando sobrepasan la cifra de 150.
Cierto
Falso

18) El ciclo entero de los criadores de cerdos es el siguiente:
a) kaiko, guerra, plantación rumbim, tregua, cría de cerdos, arrancamiento de rumbim, nuevo kaiko
b) guerra, plantación de rumbin, kaiko, cria de cerdos, tregua, arracamiento de rumbim, nuevo kaiko
c) kaiko, plantación de rumbim, guerra, arrancamiento de rumbin, cria de cerdos, nuevo kaiko
19) Son los diferentes magistrados del clan de los Tsembaga los que deciden cuantos cerdos se necesitan para celebrar un kaiko adecuado.
Cierto
Falso
20) El kaiko libera a los maring de animales que se han vuelto parásitos
Cierto
Falso
21) Es mucho mejor para los maring mantener un número constante de cerdos en vez de permitir que la población de cerdos pase por un ciclo de extremos de escasez y abundancia
Cierto
Falso
22) El número de cerdos excedentes en un grupo indica su fuerza productiva y militar
Cierto
Falso
23) Los salvajes de Nueva Guinea no consiguen mantener largos periodos de tregua con los clanes rivales.
Cierto
Falso

24) El C.I. de los adolescentes del clan de los tsembagas es claramente inferior al de las poblaciones europeas y ello es debido a un déficit de carbohidratos y glucosa en su dieta: leche, cacao, avellanas y azúcar fundamentalmente.
Cierto
Falso

lunes, 24 de noviembre de 2008

El Levítico, a propósito del libro de Marvin Harris

Capítulo 11 Animales limpios e inmundos (Dt. 14.3-21)
11:1 Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciéndoles:



11:2 Hablad a los hijos de Israel y decidles: Estos son los animales que comeréis de entre todos los animales que hay sobre la tierra.



11:3 De entre los animales, todo el que tiene pezuña hendida y que rumia, éste comeréis.



11:4 Pero de los que rumian o que tienen pezuña, no comeréis éstos: el camello, porque rumia pero no tiene pezuña hendida, lo tendréis por inmundo.



11:5 También el conejo, porque rumia, pero no tiene pezuña, lo tendréis por inmundo.



11:6 Asimismo la liebre, porque rumia, pero no tiene pezuña, la tendréis por inmunda.



11:7 También el cerdo, porque tiene pezuñas, y es de pezuñas hendidas, pero no rumia, lo tendréis por inmundo.



11:8 De la carne de ellos no comeréis, ni tocaréis su cuerpo muerto; los tendréis por inmundos. 11:9 Esto comeréis de todos los animales que viven en las aguas: todos los que tienen aletas y escamas en las aguas del mar, y en los ríos, estos comeréis.



11:10 Pero todos los que no tienen aletas ni escamas en el mar y en los ríos, así de todo lo que se mueve como de toda cosa viviente que está en las aguas, los tendréis en abominación.



11:11 Os serán, pues, abominación; de su carne no comeréis, y abominaréis sus cuerpos muertos. 11:12 Todo lo que no tuviere aletas y escamas en las aguas, lo tendréis en abominación.



11:13 Y de las aves, éstas tendréis en abominación; no se comerán, serán abominación: el águila, el quebrantahuesos, el azor,



11:14 el gallinazo, el milano según su especie;



11:15 todo cuervo según su especie;



11:16 el avestruz, la lechuza, la gaviota, el gavilán según su especie;



11:17 el buho, el somormujo, el ibis,



11:18 el calamón, el pelícano, el buitre,



11:19 la cigüeña, la garza según su especie, la abubilla y el murciélago.



11:20 Todo insecto alado que anduviere sobre cuatro patas, tendréis en abominación.



11:21 Pero esto comeréis de todo insecto alado que anda sobre cuatro patas, que tuviere piernas además de sus patas para saltar con ellas sobre la tierra;



11:22 estos comeréis de ellos: la langosta según su especie, el langostín según su especie, el argol según su especie, y el hagab según su especie.



11:23 Todo insecto alado que tenga cuatro patas, tendréis en abominación.



11:24 Y por estas cosas seréis inmundos; cualquiera que tocare sus cuerpos muertos será inmundo hasta la noche,



11:25 y cualquiera que llevare algo de sus cadáveres lavará sus vestidos, y será inmundo hasta la noche.



11:26 Todo animal de pezuña, pero que no tiene pezuña hendida, ni rumia, tendréis por inmundo; y cualquiera que los tocare será inmundo.



11:27 Y de todos los animales que andan en cuatro patas, tendréis por inmundo a cualquiera que ande sobre sus garras; y todo el que tocare sus cadáveres será inmundo hasta la noche.



11:28 Y el que llevare sus cadáveres, lavará sus vestidos, y será inmundo hasta la noche; los tendréis por inmundos.



11:29 Y tendréis por inmundos a estos animales que se mueven sobre la tierra: la comadreja, el ratón, la rana según su especie,



11:30 el erizo, el cocodrilo, el lagarto, la lagartija y el camaleón.



11:31 Estos tendréis por inmundos de entre los animales que se mueven, y cualquiera que los tocare cuando estuvieren muertos será inmundo hasta la noche.



11:32 Y todo aquello sobre que cayere algo de ellos después de muertos, será inmundo; sea cosa de madera, vestido, piel, saco, sea cualquier instrumento con que se trabaja, será metido en agua, y quedará inmundo hasta la noche; entonces quedará limpio.



11:33 Toda vasija de barro dentro de la cual cayere alguno de ellos será inmunda, así como todo lo que estuviere en ella, y quebraréis la vasija.



11:34 Todo alimento que se come, sobre el cual cayere el agua de tales vasijas, será inmundo; y toda bebida que hubiere en esas vasijas será inmunda.



11:35 Todo aquello sobre que cayere algo del cadáver de ellos será inmundo; el horno u hornillos se derribarán; son inmundos, y por inmundos los tendréis.



11:36 Con todo, la fuente y la cisterna donde se recogen aguas serán limpias; mas lo que hubiere tocado en los cadáveres será inmundo.



11:37 Y si cayere algo de los cadáveres sobre alguna semilla que se haya de sembrar, será limpia. 11:38 Mas si se hubiere puesto agua en la semilla, y cayere algo de los cadáveres sobre ella, la tendréis por inmunda.



11:39 Y si algún animal que tuviereis para comer muriere, el que tocare su cadáver será inmundo hasta la noche.



11:40 Y el que comiere del cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche; asimismo el que sacare el cuerpo muerto, lavará sus vestidos y será inmundo hasta la noche. 11:41 Y todo reptil que se arrastra sobre la tierra es abominación; no se comerá.



11:42 Todo lo que anda sobre el pecho, y todo lo que anda sobre cuatro o más patas, de todo animal que se arrastra sobre la tierra, no lo comeréis, porque es abominación.



11:43 No hagáis abominables vuestras personas con ningún animal que se arrastra, ni os contaminéis con ellos, ni seáis inmundos por ellos.



11:44 Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo; así que no contaminéis vuestras personas con ningún animal que se arrastre sobre la tierra.



11:45 Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo.



11:46 Esta es la ley acerca de las bestias, y las aves, y todo ser viviente que se mueve en las aguas, y todo animal que se arrastra sobre la tierra, 11:47 para hacer diferencia entre lo inmundo y lo limpio, y entre los animales que se pueden comer y los animales que no se pueden comer.

martes, 18 de noviembre de 2008

There's probably no God.


El darwinista Richard Dawkins impulsa una campaña publicitaria a favor del ateísmo

Dawkins afirma que la creencia en un creador supranatural se puede calificar como un delirio, al que define como, la persistencia en una falsa creencia mantenida frente a fuertes evidencias contradictorias. Dawkins simpatiza con la observación de Robert Pirsig que dice "cuando una persona sufre delirio lo llamamos locura. Cuando mucha gente sufre el mismo delirio lo llamamos religión"
"Dios probablemente no existe, deje de preocuparse y disfrute de su vida". Éste es el provocador eslogan que pretende colocar en los autobuses del Reino Unido una campaña a favor del ateísmo impulsada por el famoso biólogo darwinista Richard Dawkins, autor de 'El gen egoísta' y 'El espejismo de Dios.'
La campaña está siendo un gran éxito, ya que sus organizadores han logrado recaudar cinco veces los fondos que necesitaban para su puesta en marcha. El objetivo inicial era conseguir 7.000 euros para imprimir carteles con el eslogan ateo, y colocarlos durante cuatro semanas en 30 autobuses urbanos que circulan por el distrito londinense de Westminster.
La campaña ya lleva recaudados más de 35.000 euros en donativos de particulares y empresas, y se prevé la aportación de otros 7.000, que se ha comprometido a donar Richard Dawkins.
"La religión está acostumbrada a que todo le salga gratis, incluyendo el derecho a lavar el cerebro de los niños. Esta campaña colocará eslóganes alternativos en los autobuses y hará pensar a la gente", opina el prestigioso biólogo de la Universidad de Oxford.
La campaña ha sido promovida por la periodista Ariane Sherine, quien sugirió el pasado mes de junio en un blog del diario The Guardian que "hacer una campaña en autobuses con un mensaje tranquilizador sobre el ateísmo, sería una buena forma de contrarrestar los mensajes de ciertas organizaciones religiosas que amenazan con el infierno a los no cristianos."
"Nuestro mensaje es divertido pero tiene un fondo serio: los ateos queremos un país, una escuela y un gobierno laico. El importante apoyo que ha recibido nuestra campaña muestra que muchas personas están de acuerdo con estas ideas", asegura la escritora.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Ferlosio zarandeándonos, y a Savater más

Escritor, narrador y ensayista, Rafael Sánchez Ferlosio, hijo del escritor Rafael Sánchez Mazas, tiene 80 años. La obra que le dio a conocer va unida a un río que discurre por el Corredor del Henares, 'El Jarama' (premio Nadal 1955 y premio de la Crítica 1956). En 2004 fue reconocido con el Premio Cervantes. Su última obra publicada es 'El geco' (2005).



Educar e instruir (publicado en El País el 29/07/2007)



Y a al solo título del artículo de Fernando Savater, ¿Ciudadanos o feligreses? (EL PAÍS, 4 de julio de 2007), puede reprochársele un principio de confusión. Yo no veo ahí ningún aut/aut, porque no hallo diferencia formal entre "ser buen cristiano" y "ser buen ciudadano"; aun más, ¿acaso no ha ejercido nunca la parroquia funciones de división administrativa para asuntos civiles? No sólo no hay diferencias de forma, sino que incluso pueden encontrarse muchas coincidencias de contenido.
En alguna otra ocasión he deplorado la falta de confianza de Fernando Savater en "los contenidos" del conocimiento, en la medida en que, con respecto a la enseñanza pública, no se conforma con "la instrucción", sino que encarece, casi como más importante, "la educación". En ésta incluye hasta lo que llaman "espíritu crítico"; pero no sólo ocurre que el dicho espíritu crítico no puede ser materia de enseñanza, ni menos todavía de educación, sino que, por añadidura (aunque por mi parte preferiría para él otro nombre menos activo, más receptivo), es algo que sólo puede surgir precisamente de los contenidos: la extrañeza crítica sólo puede suscitarla la atrición entre dos términos del contenido; por ejemplo, la que tan desoladoramente hizo empecinarse y estrellarse a San Anselmo de Canterbury, o sea, la que le chirriaba en el oído al violentar la compatibilidad entre "infinitamente justo" e "infinitamente misericordioso" como atributos simultáneos de la Divinidad ("Proslógion").
El llamado "espíritu crítico" guarda tal vez un notable parentesco con lo que los helenos llamaba "asébeia" (± impiedad), y presumo que chocaba, al menos mediatamente, con la "paideia". Ahora bien, esta segunda, más familiar a nuestra comprensión, mantiene, a su vez, una poderosa analogía con lo que ha dado en llamarse "educación para la ciudadanía". Yo no sé cómo se las arregla Fernando Savater para conservar la paz en las entrañas de su entendimiento, con su ya acrisolado empeño en conciliar la 'educación para la ciudadanía' (ojo: no le atribuyo el invento oficial de la expresión completa) con su gran conocimiento y su notoria devoción por las doctrinas y los autores de la Ilustración. Me lo pregunto porque, al menos a mi juicio, la "ilustración" -toda ilustra-ción- es justamente crítica de la cultura vigente, es contra-cultura, y, a fin de cuentas, "asébeia".
Pero la afirmación más gratuita -y quiero creer que menos meditada- de la savaterina defensa de la educación está en su obra El valor de educar, página 47: "Esta contraposición educación versus instrucción resulta hoy ya notablemente obsoleta y engañosa". Tomando la frase en serio habría que preguntarle si esa obsolescencia es un dato de hecho, como, por ejemplo, si es que hace tiempo que nadie se interesa por semejante distinción, o un dato de derecho, como que las más modernas doctrinas pedagógicas afirman positivamente que la dualidad entre las dos cosas debe desecharse por ser científicamente falaz y, por lo tanto, perjudicial. Pero ¿cómo se reintegra la engañosa disyuntiva? Por mi parte, si me pongo a imaginar una instrucción que sea al mismo tiempo educativa, se me ocurren fórmulas un tanto monstruosas: a la demanda de una "zoología educativa", por ejemplo, se ajustaría una clasificación del reino animal que partiera de una división entre "animales dañinos" y "animales benéficos", o bien, si se prefiere, entre "animales comestibles" y "animales incomestibles".
El saber por el saber
No y no. Los conocimientos que proporciona la instrucción, exentos de toda clase de orientaciones prácticas y juicios de valor, aparte de ser, precisamente, el resultado de unas ciencias que durante siglos se han esforzado por purificarse de toda la morralla de fines e intereses que las condicionaba -como la alquimia pudo trocarse en química cuando se liberó del designio de conseguir el oro, o la astrología se hizo astronomía cuando renunció a predecir el porvenir-, pueden ni deben, de ninguna manera, dejarse dirigir por ninguna finalidad educativa. A la postre resulta que es justamente el rostro absolutamente inexpresivo -sine ira et studio- del saber por el saber el que hace nacer en el sujeto, de su propia mente, la opinión y la conducta que la educación, a la manera de una trofalaxia, querría meterle en la boca ya masticadas y bien ensalivadas.
En el libro Educación para la ciudadanía (Ediciones Akal, SA. Madrid, 2007), de Carlos Fernández Liria, Pedro Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero, se empieza representando -a partir de una anécdota del rey persa Ciro- el espacio de la ciudadanía como "lugar vacío" o "lugar de cualquier otro", y por la índole de ese lugar caracterizan la propia condición de "ciudadano". Por lo que entiendo, se quiere definir al ciudadano en cuanto tal como el hombre vaciado de toda particularidad. Después, como si tácticamente traspusieran su lugar de cualquier otro al aula de matemáticas, hacen que el vaciamiento de particularidades, la impersonalidad del profesor y los alumnos, privilegie la propia validez del Teorema de Pitágoras como validez para cualquier otro: ateniense, espartano, persa o incluso marciano, si lo hubiera. La idea, aunque torpe y morosamente expuesta (y aun peor resumida por mí), es aceptable. Y, dicho sea de paso, mal podrían, ciertamente, los clérigos y obispos mantener frente a ella la más vaga y remota acusación de "relativismo". Lo que yo echo de menos, sin embargo, es que los autores se hayan dejado escapar una ocasión de oro para señalar y encarecer la radical impersonalidad de los conocimientos, y, en consecuencia, la impersonalidad del lugar público en el que se imparten, la impersonalidad de la que deben sentirse revestidos los alumnos y de la relación del profesor respecto de ellos. Este que podría designarse como "principio de impersonalidad" alteraría notablemente -en caso de aplicarse- la configuración actual de la enseñanza (estoy pensando, por supuesto, tan sólo en el aspecto de instrucción -que es el que el pasaje del libro saca a colación-, no en el de educación). Empezaría por poner en entredicho el eslogan de "tratamiento personalizado" con que algunos colegios caros encarecen sus ventajas; en plena conformidad con el pasaje del libro comentado, no es, evidentemente, el Teorema de Pitágoras el que debe adaptarse a las condiciones personales del alumno, sino éste el que debe adaptarse a la esencial impersonalidad de ese teorema. Finalmente, nuestro principio de impersonalidad pondría coto a otra más peliaguda y escabrosa cuestión: la de la perturbadora intromisión de los papás y las mamás en las tareas de la enseñanza. El famoso "derecho" de semejantes figuras de elegir para sus hijos la enseñanza que deseen lo ejercen contratando el colegio que prefieran, pero aquí debería acabarse todo. Los padres tienen con el hijo una relación privada y personal; va contra la naturaleza pública de la enseñanza, donde debe primar en solitario la impersonalidad, el que, violando las puertas contractuales, se monten a cuchos sobre el niño, como un jinete en un caballo de carreras, y se hagan conducir por aulas y pasillos, para que lo particular no deje de controlar y sofocar un solo instante lo que sólo respira plenamente en la anónima atmósfera de los universales.
La importancia de las formas
He leído que ahora andan queriendo restablecer el tratamiento de usted en las relaciones de enseñanza. No sé si tendrá éxito, en el sentido de que logre difundirse o en el de que sea eficaz para lo que pretende. De todos modos debería ser recíproco, o sea, también del profesor al niño; los jesuitas, con los que yo estudié hace ya casi 70 años, jamás nos tutearon. Nótese que el usted lleva los verbos en tercera persona, como si los interlocutores estuviesen ausentes entre sí; la presencia física es neutralizada y abstraída, o, por usar la expresión del texto comentado, el oyente presente es "cualquier otro". La difusión será difícil entre los ya acostumbrados al tuteo; se pueden esperar las bromas más groseras y menos ingeniosas, pero no creo que sea así entre los escolares primerizos. No debería despreciarse la importancia de las formas, ni aun de las más superficiales y protocolarias; que el centro de enseñanza se distinga como "el lugar donde se da de usted" ya puede suscitar tácitamente en la conciencia el sentimiento de que se ha atravesado una frontera y se ha salido a un espacio "extraterritorial". El factor de la distancia, que aportaría el uso del usted, es un factor perfectamente idóneo para completar la impersonalidad.
Veo que la actual orientación, por una y otra parte, de la controversia sobre la educación llega al extremo de incitarle a uno a preguntarse si hay alguien que realmente se pregunte qué es lo que educa. No hace mucho ha habido un ministro del gobierno actual -y no de Educación, sino de Sanidad- que ha señalado certeramente con el dedo una de las cosas que hoy han tomado una parte no poco relevante en la educación de la primera juventud: el alcohol. Bien es verdad que doña Elena Salgado -que tal era el nombre del ministro- no advertía del caso por la educación, sino por la salud. Con todo, no faltó quien considerase la denuncia -especialmente por lo que se refiere al vino- como un ultraje a la cultura española, europea y hasta occidental. El consumo de alcohol, como mediador o excipiente de las relaciones entre coetáneos, tiene sin duda una influencia sobre las formas de conducta, y, por lo tanto, las marca, efectivamente, con un determinado signo cultural. Ciertamente, este mediterráneo estaba ya muy descubierto, y no hacía falta llegar al botellón para reconocer en el alcohol un poderoso pedagogo cultural.
Pero lo que este señalamiento nos recuerda es el carácter predominantemente gregario de la educación: el grupo es el que educa, a través de la necesidad de "formar parte", que arrastra con fuerza irresistible a la imitación y la comparación. ¿Qué va a hacer el profesor contra la fuerza educativa de las actuales formas de ocio y diversión, contra la constricción del grupo, dotado de un poder de convicción y de una autoridad incomparable? ¿Va a decir: "Bebe, si quieres, pero bebe de manera responsable"? ¡Delirante, hilarante!
Las democracias de hoy muestran enormes resistencias frente a la sola idea de "prohibir". Con todo, prohibir me parece un punto más democrático que "impedir": el que impide pone un obstáculo en las cosas, el que prohíbe apela a la persona, aunque sea bajo amenaza de castigo. Diré que, por mi parte, no tengo prejuicio alguno contra las prohibiciones; si tuviese un cargo, no tendría reparos en prohibir, salvo el conocimiento de su inutilidad. Me refiero a la inutilidad que consiste en una desobediencia total y generalizada. La inutilidad o imposibilidad de prohibir es uno de los efectos más desastrosos de la democracia como partitocracia selectiva. La renuencia o más bien denodada resistencia ante la sola idea de prohibir no es, a primera vista, sino miedo electoral; el poder ejecutivo se siente amenazado de antemano por "colectivos" -como dicen- demasiado numerosos y gregarios -el de los estudiantes, sin ir más lejos-, capaces de organizarle una zalagarda callejera que afecte a sus expectativas electorales. Sin embargo, ante "costumbres", como son las formas de ocio y diversión, que el enorme incremento del gregarismo y la intercomunicabilidad han unificado hoy en un modelo internacional, la inutilidad de toda posible prohibición gubernativa -con zalagardas o sin zalagardas- disipa cualquier acusación de cobardía electoral a los que se sometan al actualmente ineluctable imperativo -por no decir tiranía- de la tolerancia. Las costumbres de ocio y de relación social de los grupos de edad por los que se interesa la enseñanza oficial no sólo han multiplicado por cien su poder cultural y educativo, sino que, por la homogeneización internacional, han adquirido, en relación con los poderes públicos, una hegemonía hasta hoy desconocida. Siempre ha sido el grupo el que educa, sólo que en otros tiempos era menos fuerte que todo el resto de la sociedad. Esto, naturalmente, es sólo resultado, apariencia inmediata ante los ojos de la opinión; cualquier aumento de fuerza, y, entre ellos, de manera especialmente acentuada, el del grupo de edad que nos ocupa, procede hoy del imponente poder determinante del mercado, cómplice incondicional de la incondicionada avidez de infancia y juventud.
Las pautas de la publicidad
Al mercado pertenece, por lo demás, el que es hoy prácticamente único y supremo educador: la publicidad en general y especialmente la de la televisión. En todos los grupos de edad es la publicidad la que gobierna las pautas y determina los criterios de la comparación social. Esta comparación -hoy elevada al grado de obsesión- es la que dicta la aceptación, la integración y hasta el prestigio social del individuo. Respecto de los niños, ya comenté en su día el consultorio de un Suplemento de salud del Abc del 9 de julio de 2000, que lo expresaba certeramente a propósito de las marcas de zapatos: "Ser propietarios de marcas determinadas -decía el consultor- representa un código de integración". El imponente poder pedagógico de la publicidad tiene ya derrotado de antemano cualquier otro intento educativo. Estoy contando una historia archisabida y mil veces contada en tonos diferentes, una evidencia palmaria a cada instante como la luz del día. Mas, sin que nadie niegue esa evidencia, hay dos maneras de eludirla defensivamente: la primera es decir, con sincera o forzada convicción: "¿Y qué hay de malo en ello?"; la segunda es la que tan penetrantemente apunta Sigmund Freud (y que yo designaría como "apología consolatoria de los hechos tozudos") con estas palabras: "Si uno está destinado a la muerte preferirá estar sometido a una ley natural ineluctable, la sublime 'Anánke', y no a una contingencia que tal vez habría podido evitarse".
El mercado es ya naturaleza del mismo orden de necesidad que el hambre misma. La publicidad, que hoy ya le es absolutamente imprescindible, se defiende con el que es uno de los máximos tabús de prohibición de la llamada democracia: el tabú de la censura. La censura es totalitaria. La democracia vive de la ilusión de libertad que le produce la execración del totalitarismo. Al mercado le conviene la democracia; no sabemos si será verdad lo inverso: el que a la democracia le convenga igualmente el mercado. El mercado permite muchas cosas y regala otras muchas, pero también exige, obliga y hace renunciar a algunas; esto lo suelen resolver y pacificar diciendo que las segundas son "el tributo" que hay que pagar por las primeras. Uno de esos tributos es, precisamente, el de tener que renunciar a toda posible "educación para la ciudadanía" que no sea la suya; quiero decir la de la publicidad.
Cuántas veces, frente a ciertos, no deseados, fenómenos sociales, como este de la actual manera de relacionarse y divertirse los muchachos, se oye decir: "Esto se arreglaría con un buen sistema educativo"; los que así se pronuncian no se dan cuenta de que aquello que querrían arreglar con la Educación -la oficial, se sobrentiende- forma precisamente parte de las condiciones de posibilidad indispensables para que esa educación que echan de menos pueda impartirse.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Aporofobia

Hemos visto varias formas de discriminación (Racismo, sexismo, homofobia...). Pués bien, hay que tener en cuenta otra. Paso a transcribir el siguiente artículo de Emilio Martínez. ¡Hala!
Aporofobia
Emilio Martínez Navarro (Profesor Titular de Filosofía Moral, Universidad de
Murcia)
Trabajo publicado en: Jesús Conill (coord.): Glosario para una sociedad
intercultural, Valencia, Bancaja, 2002, pp. 17-23.
Nuevo concepto
Aunque el término “aporofobia” todavía no figura en los diccionarios de nuestra
lengua, ya aparece utilizado en numerosas publicaciones recientes. Muchas de
ellas podemos encontrarlas en Internet con cualquier programa de búsqueda, y
al hacerlo podemos constatar que se utiliza este vocablo con el significado que
denotan las palabras griegas que lo componen: “áporos”, pobre, sin salidas,
escaso de recursos, y “fobia”, temor. De modo que el término “aporofobia”
serviría para nombrar un sentimiento difuso, y hasta ahora poco estudiado, de
rechazo al pobre, al desamparado, al que carece de salidas, al que carece de
medios o de recursos.
Esta novedosa palabra aparece por primera vez en una serie de
publicaciones que la filósofa y catedrática Adela Cortina viene realizando desde
mediados de la década de los noventa. La profesora Cortina ha propuesto el
uso de esta palabra para poder dar nombre a una realidad que hasta ese
momento no lo tenía. Porque se habla mucho de la “xenofobia”, que es el
rechazo al extranjero, pero no se disponía del término adecuado para referirse
la actitud que, a su juicio, es la verdadera clave de muchas conductas
indeseables que se producen en nuestras sociedades opulentas del Norte. La
verdadera actitud que subyace a muchos comportamientos supuestamente
racistas y xenófobos no sería, en realidad, la hostilidad a los extranjeros, o a
las personas que pertenecen a una etnia diferente a la mayoritaria, sino la
repugnancia y el temor a los pobres, a esas personas que no presentan el
“aspecto respetable” de quienes tienen cubiertas sus necesidades básicas. En
efecto, “no marginamos al inmigrante si es rico, ni al negro que es jugador de
baloncesto, ni al jubilado con patrimonio: a los que marginamos es a los
pobres” (Cortina 1996: 70).
La aporofobia consiste, por tanto, en un sentimiento de miedo y en una
actitud de rechazo al pobre, al sin medios, al desamparado. Tal sentimiento y
tal actitud son adquiridos. La aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se
difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las
personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta
amenaza a la estabilidad del sistema socioeconómico. Sin embargo, un análisis
riguroso de los datos disponibles nos muestra que la mayor parte de la
delincuencia, y la más peligrosa, no procede de los sectores pobres de la
población, sino de mafias bien organizadas que controlan una inmensa
cantidad de recursos. Y resulta tan sarcástico que se considere a los pobres
como una amenaza al sistema socioeconómico como lo sería acusar a las
víctimas de la violencia de ser los causantes de esa misma violencia.
Ahora bien, no resulta difícil para los poderes fácticos presentar a los
pobres como los culpables de cualquier problema social, puesto que la
situación de debilidad que atraviesan les impide, por definición, toda defensa
frente a la calumnia. De este modo, se produce un fenómeno que podríamos
denominar “el círculo vicioso de la aporofobia”: los colectivos desfavorecidos
son acusados a menudo de conductas delictivas (robo, prostitución, tráfico de
drogas, actos violentos, trabajo ilegal, etc.) y esta mala imagen dificulta su
posible integración en la sociedad, con lo cual se prolongan sus dificultades y
en algunos casos la desesperación les lleva a cometer algún acto ilegal, de
manera que se termina por reforzar la mala imagen y así sucesivamente.
La aporofobia se alienta en cada uno de nosotros a través de un
mecanismo psicológico que carece de base lógica: la generalización
apresurada. Partiendo de algunos casos particulares (este mendigo hizo esto,
aquel desaliñado hizo lo otro...), se alcanza una conclusión general de tipo
universal: “Todos los mendigos son peligrosos”, “Todos los desaliñados son
sospechosos”. Evidentemente, tales generalizaciones son falsas, pero estamos
tan acostumbrados a hacerlas que a menudo nos pasan desapercibidas. En
ese sentido, un buen punto de partida para una educación intercultural sería
ayudarnos mutuamente a romper esos clichés, esas generalizaciones
apresuradas que hemos ido armando en nuestras mentes a lo largo de la vida.
Posibles explicaciones de la aporofobia
Pero, ¿por qué encuentra la aporofobia un terreno abonado para florecer en
nuestras sociedades occidentales? Una posible explicación puede estar en
cierta “mala conciencia” que nos recuerda que las situaciones de desamparo
son, en cierta medida, una responsabilidad de todos los que estamos
acomodados. En ese sentido, el que haya pobreza es signo de cierto grado de
fracaso social. Es un síntoma de que el sistema en el que estamos instalados
no es todo lo justo que debería ser. Pero entonces, mientras que algunas
personas reaccionan positivamente, proactivamente, comprometiéndose en
tareas de reforma social para hacer un mundo cada vez más justo, otras
personas reaccionan negativamente, reactivamente, despreciando y culpando
a los pobres mismos de su situación de marginación y colgando sobre ellos
todo tipo de etiquetas peyorativas. Esta actitud reactiva forma parte de una
situación más amplia de “desmoralización” en el sentido de Ortega: una
sociedad desmoralizada es la que está dejando de tener altura de miras y
ánimo vigoroso para avanzar hacia metas valiosas, corriendo el riesgo de
perder su propio quicio e iniciativa vital.
La aporofobia se centra actualmente, en las sociedades que llamamos
“desarrolladas”, en colectivos que se suelen considerar “no productivos”, esto
es, parados, trabajadores con escasa cualificación profesional, jóvenes que
buscan su primer empleo, trabajadores sometidos a condiciones laborales muy
precarias en cuanto a salario y continuidad, jubilados sin una pensión o con
escasa pensión, personas enfermas o con discapacidades severas que no
consiguen empleo y carecen de recursos económicos, familias monoparentales
de escasos ingresos, minorías étnicas tradicionalmente marginadas,
inmigrantes que aún no han conseguido insertarse legalmente en el mercado
laboral, etc. Estos colectivos están formados a menudo por personas que no
permanecen en ellos de por vida, pero el colectivo permanece. Una persona
que ayer era pobre puede estar hoy en un empleo digno que le permite superar
su condición de pobreza, pero mientras esa persona sale del colectivo, otra u
otras están ingresando en él a su pesar. Los jugadores cambian, pero el equipo
mantiene su identidad. Este detalle es relevante, puesto que indica claramente
que la pobreza no es una condición permanente de las personas, sino una
situación indeseable e injusta, pero superable, de la que muchas personas
consiguen salir si se les brinda la ayuda adecuada. En principio, es técnica y
económicamente posible que una sociedad moderna consiga que los distintos
colectivos afectados por la pobreza superen esa lamentable e inhumana
situación. ¿Qué falta entonces? Falta coraje cívico, falta estatura moral, falta
voluntad política en el sentido ético de la palabra. Veamos por qué.
La aporofobia se alimenta del extendido prejuicio de que los pobres son
culpables de la miseria que les aqueja. Este prejuicio, como tantos otros, es
también una generalización apresurada. En principio, de modo similar a como
algunos accidentes de tráfico son responsabilidad del accidentado y en cambio
otros no lo son en absoluto, también ocurre que una parte de las situaciones de
pobreza tienen su origen en algún tipo de negligencia más o menos voluntaria,
mientras que otra gran parte de tales situaciones tiene causas totalmente
ajenas a la voluntad de las personas que sufren la pobreza. Esta constatación
ha de completarse observando que, aún en los casos en los que las personas
tuvieron responsabilidad al provocar su propia ruina, eso no implica que
debamos abandonarlas a su suerte, como no lo haríamos tampoco en el caso
del conductor negligente que provocó su propio accidente. Tenemos un deber
de humanidad de ayudar a las personas en apuros, y eso es así con
independencia de que la persona necesitada sea en parte responsable de su
apurada situación.
Por otra parte, la condición humana está afectada por eso que Rawls ha
llamado “la lotería natural y social”, esto es, el hecho de que nadie puede
alegar mérito alguno por la cantidad y calidad de sus dotes naturales
(inteligencia, fuerza, belleza, resistencia a la enfermedad, etc.) ni por las
ventajas sociales heredadas (una familia, unos parientes, un ambiente de
crianza y educación, unas oportunidades de formación, etc.). Conforme a ese
mismo concepto, nadie debería ser considerado responsable de no haber
nacido con alguna desventaja física, ni de no haber disfrutado de ciertas
oportunidades que nunca le fueron brindadas. En síntesis podríamos decir que
una parte de lo que cada cual consigue o deja de conseguir en la vida es
cuestión de oportunidades que se le presenten, mientras que otra parte es
responsabilidad (mérito o demérito) de cada uno. Por tanto, culpar a las
personas que están en situaciones de pobreza de haber llegado a esa situación
es, sin lugar a dudas, una injusta generalización.
Los pobres son los que no tienen nada que ofrecer
Pero entonces, si la aporofobia, el desprecio al pobre, es una actitud
injusta, ¿cómo es que viene pasando tan desapercibida, hasta el punto de que
ni siquiera se tenía un nombre para ella hasta que fue propuesto por la
profesora Cortina? La respuesta que la misma profesora Cortina nos ofrece es
la siguiente: “En sociedades como las nuestras, organizadas en torno a la idea
de contrato en cualquiera de las esferas sociales, el pobre, el verdaderamente
diferente en cada una de ellas, es el que no tiene nada interesante que ofrecer
a cambio y, por lo tanto, no tiene capacidad real de contratar”. En efecto, la
clave para comprender la aporofobia es que en la mayoría de los ámbitos de la
vida social hay quienes tienen poder para pactar y también hay quienes no lo
tienen; algunas personas tienen algo que puede interesar a los poderosos y en
cambio otras carecen de interés para ellos. El resultado es que los áporoi, los
pobres, son los excluidos del intercambio, los marginados, los que no son
tenidos en consideración debido a que carecen, siquiera sea temporalmente,
de capacidad de intercambio. Y para ocultar la mala imagen que podría
acarrear esa falta de consideración hacia personas que están en una situación
de debilidad que a cualquiera le puede afectar antes o después, se extiende
sobre los pobres el falso cliché que ya hemos comentado. Supuestamente ellos
mismos serían culpables de su falta de capacidad. Supuestamente, quienes no
tienen nada interesante que ofrecer, se merecen la exclusión y el desprecio
que eventualmente se les venga encima.
La aporofobia, como otras tantas fobias sociales, viene siendo
provocada y fomentada por ese tipo de actitud que encarnan quienes Cortina
ha llamado, inspirándose en un pasaje de Kant en La paz perpetua, los
demonios estúpidos. La cita de Kant sostiene que hasta un pueblo de
demonios, de seres carentes de sensibilidad moral, sacrificaría parte de su
libertad y se sometería a las leyes de un Estado de derecho, con tal que
tuvieran inteligencia. De ese modo, distingue Cortina tres tipos de actitudes
éticas: la de los demonios estúpidos, la de los demonios inteligentes y la de las
personas inteligentes, justas y solidarias.
Los demonios estúpidos representan la actitud de quienes creen que es
mejor excluir y culpabilizar a quienes están en apuros que esforzarse lo más
mínimo en ayudar a los pobres a salir de su postración. Es la actitud de
quienes olvidan que los bienes de que disfrutamos los seres humanos son
bienes sociales, y por tanto tienen que ser distribuidos con justicia. Olvidan que
la sociedad humana es un sistema de cooperación que sólo puede funcionar
adecuadamente si se disponen las reglas del juego social de modo tal que
nadie se pueda sentir injustamente tratado. La aporofobia es en gran medida
un producto de este tipo de actitudes nada inteligentes, puesto que a la larga
las consecuencias nefastas de ese modo de actuar se revierten en contra de
los mismos que las provocaron. Porque los comportamientos y las políticas de
los demonios estúpidos pueden llegar a ser radicalmente aporofóbicas, y ello
conduce, a medio y largo plazo, a situaciones de profunda quiebra social. Por
ejemplo, cuando algunos de ellos practican, o aprueban que se practique, la
suprema exclusión: el asesinato. No hay empobrecimiento mayor ni
marginación más grande a la que se pueda someter a alguien que excluirle
irreversiblemente del mundo de los vivos. No hay aporofobia más peligrosa que
la que sueña con eliminar a todas las personas a las que los poderosos
consideren un estorbo. En este sentido, los totalitarismos de todo signo son
profundamente aporófobos. Y las actitudes aporófobas son un ingrediente
necesario en los totalitarismos.
Los demonios inteligentes simbolizan la actitud algo más madura de
quienes reconocen que, aunque a corto plazo no parece que compense gran
cosa ayudar a otros a salir del desamparo, a la larga es muy conveniente
hacerlo para poder preservar cierto orden social y para no correr riesgos
innecesarios. Al fin y al cabo, hasta el más débil te puede quitar la vida. Esta
actitud tal vez podría expresarse con el dicho “hoy por ti, mañana por mí”, y en
el terreno sociopolítico implica adoptar medidas de protección social para los
más desfavorecidos. Pero no como una cuestión de justicia, sino más bien
como una cuestión de prevención de posibles desórdenes sociales. Esta
actitud puede estar detrás de muchas de las medidas que, desde los tiempos
del Imperio Romano, se resumen en la expresión “pan y circo”. La pobreza,
todo tipo de pobreza y no sólo económica, sino también la falta de educación y
de oportunidades, la falta de igualdad legal y política o la falta de equidad en la
distribución de sanciones y premios, es considerada, desde este punto de vista,
como un peligro potencial que podría dar al traste con la convivencia pacífica.
La aporofobia, conforme a esta segunda actitud, es tolerada como un
fenómeno que puede colaborar a que la gente marginada se apresure a
abandonar las situaciones más extremas de pobreza, puesto que la presión de
los aporófobos supuestamente podría colaborar a que las personas pobres se
integren cuanto antes en el sistema establecido y de ese modo dejen de ser
percibidos como una amenaza para la estabilidad del mismo.
Por último, la actitud de las personas inteligentes, justas y solidarias
corresponde, según Cortina, a quienes tienen la sensibilidad moral necesaria
para percatarse de que todo ser humano es valioso en sí mismo, y no por los
intercambios que pueda realizar. Esa idea ilustrada, kantiana, de raigambre
judeocristiana, de que toda persona tiene dignidad y no precio, y que por ello
no debería ser tratada como un instrumento, sino como fin en sí misma, esa
idea es la clave para comprender este tercer tipo de actitud ética. Una sociedad
que pretenda ser justa no puede conformarse simplemente con los arreglos
preventivos del orden público a los que se llega con la actitud de los demonios
inteligentes, sino que tendría que ir más allá. Una sociedad que pretenda ser
justa aplicaría las medidas para la superación de todo tipo de exclusión social
como una cuestión de justicia, esto es, como reconocimiento de que todas las
personas son dignas de ser tratadas como auténticas ciudadanos, y no como
súbditos a los que se manipula con el fin de que no lleguen a alterar un
determinado orden social que, en realidad, no les trata con la consideración y
respeto que se debe a las personas. La aporofobia, desde este punto de vista,
es completamente intolerable, puesto que forma parte del entramado de
injusticias que hacen este mundo un lugar más hostil e inhabitable. Por el
contrario, las medidas de eliminación de la miseria, de extensión de la
ciudadanía social, de capacitación o empoderamiento de las personas
vulnerables, son contempladas como medidas de realización de los valores de
justicia que constituyen la base de una convivencia realmente pacífica,
colaborativa y humanizadora.
La aporofobia es un obstáculo en el camino que la humanidad ha
emprendido desde hace milenios en pos de un mundo más habitable. Una
convivencia intercultural no será posible ni localmente ni globalmente si no
eliminamos en la medida de lo posible las actitudes aporófobas. En el plano
local, es evidente que la aporofobia ha viciado terriblemente las relaciones
entre comunidades étnicas distintas que comparten un mismo país. Así lo
constatan algunos expertos latinoamericanos que han comenzado a utilizar
este nuevo vocablo para analizar los problemas sociales que aquejan a
diversos países de Iberoamérica. También utilizan el término “aporofobia”
algunos análisis recientes de las políticas de integración de los inmigrantes en
Europa como, por ejemplo, las publicaciones del profesor Silveira-Gorski.
En el caso latinoamericano, la aporofobia es sin duda un elemento de la
tensión que reina entre los criollos y los pueblos indígenas en algunos países
del área. Hay multitud de testimonios que indican que es precisamente la
situación de pobreza y vulnerabilidad que padece la mayor parte de los pueblos
indígenas, junto con el afán depredador de recursos naturales de algunos
criollos, los factores que más condicionan desfavorablemente la comprensión
mutua y la convivencia entre las dos comunidades. En este sentido, una
posible vía de mejora de dicha convivencia debería incluir medidas concretas
para atajar la aporofobia en las actitudes de las autoridades y de la población
criolla en general.
Y en el caso europeo, tampoco parece dudoso que la aporofobia es el
principal obstáculo para emprender unas políticas más comprometidas con la
ayuda real a los inmigrantes y a sus países de origen. Se les rechaza por ser
pobres y se les culpa de su desesperada situación, al tiempo que se manipulan
los medios informativos para magnificar la supuesta amenaza que supone su
instalación en Europa. Se olvida por un momento que millones de europeos
han estado emigrando durante siglos hacia todos los países del mundo,
incluidos aquellos de los que ahora nos vienen los inmigrantes pobres. La
aporofobia, como hemos intentado mostrar, nubla la memoria histórica y
contribuye a la percepción distorsionada del otro como una amenaza a nuestra
calidad de vida. Pero si queremos tomar en serio los valores de justicia que se
expresan en los textos constitucionales y en las declaraciones solemnes de
Derechos Humanos, habremos de tomar serias medidas para evitar el avance
de esta lacra. Una convivencia intercultural basada en el respeto activo, en las
libertades iguales, en la igualdad de oportunidades, en la solidaridad y en la
solución pacífica de los conflictos, es del todo incompatible con la actitud de
aporofobia.
Bibliografía
Cortina, A. y otros (1996): Ética, Madrid, Santillana.
Cortina, A., (1997): Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía,
Madrid, Alianza.
Cortina, A. (2000): “Aporofobia”, en El País, 7 de marzo de 2000, p. 14.
Internet: consulta de alrededor de cuarenta páginas web que contienen el
término “aporofobia” .
(Emilio Martínez Navarro, octubre de 2002.)

lunes, 3 de noviembre de 2008

Ostras y caracoles.



"Espartaco" (1960) de Stanley Kubrick (por cierto, Espartaco es un esclavo nacido en Tracia, como nuestra criada)

Comentario de texto a partir de una discusión en clase sobre la discriminación en razón de la opción sexual de cada persona (homofobia).





Marco Licinio Craso (Lawrence Olivier) está bañándose en una piscina interior de su palacio. Llama a Antonino (Tony Curtis), que entra descalzo en el agua. Durante toda la conversación, Antonino limpia a su amo. El plano es fijo y general. Delante de la cámara vemos una amplia y transparente cortina que hace más íntima la estancia y la escena.
- Trae ese taburete, Antonino. Ponlo aquí. (Antonino obedece). Así está bien.¿Robas, Antonino?
- No, amo
-¿Mientes?
-No si puedo evitarlo, amo.
- ¿Has deshonrado alguna vez a los dioses?
- No, amo.
- ¿Te abstienes de tales vicios por respeto a las virtudes morales?
- Sí, amo.
- ¿Comes ostras?
- Cuando puedo, amo.
- ¿Comes caracoles?
- No, amo.
- ¿Consideras moral comer ostras e inmoral comer caracoles?
- No, amo.
- Por supuesto que no. Es sólo cuestión de gusto, ¿no es así?
- Sí, amo.
- Y el gusto no es lo mismo que el apetito y por lo tanto no es una cuestión moral, ¿no es así?
- Podría razonarse de tal manera, amo.
- Ya es suficiente. Antonino, mi túnica. (Craso se levanta y sale del agua. Antonino lo acompaña) Mis gustos incluyen tanto los caracoles como las ostras.
El guión es de Dalton Trumbo adaptado de la novela de Howard Fast.
Censura
Después de su estreno en 1960 fue proyectada nuevamente en 1967, con 23 minutos menos que la proyección original, y otra vez en 1991 en la cual se restauraban esos 23 minutos más otros 14 que habían sido censurados antes de la proyección original. La adición incluía varias secuencias de batallas violentas, así como una escena en el baño en la cual Craso, general y patricio romano (interpretado por L. Olivier), en un intento de seducir a su esclavo Antonino (T. Curtis), usa la analogía de "comer ostras" y "comer caracoles" para expresar su opinión de que la preferencia sexual es cuestión de gustos más que de moralidad.
Cuando la película fue restaurada, dos años después de la muerte de Olivier faltaba el audio original del diálogo de esta escena, por lo que tuvo que redoblarse. Tony Curtis pudo doblar su papel pero la voz de Laurence Olivier tuvo que ser imitada por Anthony Hopkins.